No me hablás, ya no me acariciás

Hoy en día somos testigos de diversos y variados problemas de pareja, tales como la violencia de género y la infidelidad, entre otros. Pero uno de los factores que más inciden en una relación es la dificultad para reconstruir el vínculo afectivo.

En general, cuando surge el conflicto, un integrante de la pareja suele reclamarle al otro: «Quiero que me digas que me amás», «Quiero que me beses como antes», «Quiero que me traigas flores»… Pero el problema no es el planteo verbal sino lo no verbal, aquello que no expresamos. Cuando falla el vínculo no verbal, aparece la demanda desde la palabra. En este caso la persona, sea mujer o varón, está pidiendo una confirmación verbal por un problema que no es de esta naturaleza. Y por más que él o ella le diga a su compañero que lo ama, no se resuelve nada. El anhelo por lo verbal se basa en la creencia o la ilusión de que de esa manera la pareja mejorará, pero lo cierto es que el problema nunca es verbal, sino no verbal.

El vínculo afectivo consiste precisamente en lo no verbal. Allí se pone en juego el interés sincero por el otro. Esto se puede ver con claridad en la etapa del enamoramiento, es decir, la época cuando dos personas que se atraen mutuamente aún se están conociendo. En esta primera etapa existe un interés no fingido, un acercamiento, una aproximación, una mirada, y lo no verbal coincide con lo verbal. La persona dice » te amo» y lo demuestra (lo sella) con una actitud corporal genuina.

Lo hace una y otra vez hasta que el vínculo con el otro ya está armado y el lenguaje no verbal ya está construido.

Allí es donde ya no son necesarias las palabras y basta solo con una mirada.

Ahora, cuando una pareja comienza a llevarse mal, no es lo verbal lo que anda mal sino lo no verbal, es decir el vínculo afectivo de interés sincero por el otro. Esa conexión no verbal es lo que es necesario recomponer,

¿Cómo reconstruiremos esa conexión?

En primer lugar, debemos dejar en claro cómo no se construye. El vínculo afectivo no se construye diciéndole al otro lo que quiere escuchar («Te amo», «Estoy interesado en vos y en nadie más», «Seguís siendo atractiva/o para mí», etc). Tampoco se construye con una lista de lo que se espera del otro («Que vayamos al cine», «Que me trates bien», «Que prepares la comida que me gusta», «Que me apoyes en lo que hago»).

El vínculo no consiste en palabras ni en una lista de tareas, sino en el interés espontáneo y sin fingimientos por el otro que se expresa en el cuerpo. Cuando aquel falta, tiene lugar el reproche, lo cual es una imposición y en una pareja nada se resuelve por obligación, sino por deseo.

Libro ‘Soluciones Prácticas’ – Bernardo Stamateas