La Juanita: la cooperativa que está cambiando un barrio

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Una de las alumnas de la escuela Crecer en Libertad-Oscar Alvarado. Foto: LA NACION / Ricardo Pristupluk




Talleres, una escuela y hasta un banco, ejes de la transformación

Fuente: La Nación – Sociedad –  Nota de Fernando Massa 17/5/ 2015

Es un proyecto que busca recomponer los lazos sociales mediante la educación y el trabajo. Así describe a la cooperativa La Juanita su fundador, el referente social y ex diputado Héctor «Toty» Flores, frente a padres y chicos de la escuela y a un grupo de padrinos de la ONG Inicia, que llegaron desde la zona norte del conurbano para visitar la institución ahí, en Gregorio de Laferrère, partido de La Matanza.

Toti Flores

Toti Flores

«Quienes fuimos piqueteros, hoy somos una cooperativa y una escuela –dice Flores–. Universidades de todo el mundo pasan a ver el proyecto y nos cuesta explicar lo que hacemos. Simplemente hubo ganas de concretar las cosas: los que fuimos excluidos quisimos ser incluidos».

En catorce años no sólo lograron levantar de cero una escuela privada de nivel inicial –que ahora espera su habilitación para abrir el primario–, a la que concurren 120 chicos que no tienen que pagar un peso. La maquinaria productiva que pusieron en marcha hace años –en principio un taller de costura que trabaja con diseños de Martín Churba– se fue multiplicando y hoy incluye la sede de un banco, algo hasta ahora completamente exótico en el barrio.

Durante su charla, «Toty» Flores pide disculpas por el lío de alrededor. Es que incluso los fines de semana las actividades en la escuela se superponen. Chicos que corren por el patio con globos en las manos y bigotes de conejo recién pintados en la cara, mientras otros bailan en el salón con la música que pasan los organizadores del evento, los jóvenes del grupo de liderazgo. Esos pibes a los que no les importó que fuera sábado y se levantaron de madrugada para estar a las siete de la mañana en la puerta de la escuela para terminar con los preparativos a tiempo.

Lo que no cuenta «Toty» en su charla es que ahí mismo, durante los 80 y 90, también funcionaba una escuela privada. Una a la que ni la fama de ser la mejor del barrio la salvó de la crisis: se fundió y de un día para otro se volvió el aguantadero del barrio. Pero sólo hasta que en 2001, un grupo de piqueteros del Movimiento de los Trabajadores Desocupados de La Matanza, esos mismos que cortaban la ruta 3 a la altura de Gregorio de Laferrère, para hacer visible su desesperación por haber quedado fuera del sistema, consiguió que le dieran el predio, que de tan destrozado, les resultó más barato tirarlo abajo que reconstruirlo.

Ahí se levantan ahora los dos pisos del jardín comunitario Crecer en Libertad-Oscar Alvarado, escuela que aspira a abrir en breve el nivel primario. La nombraron así en honor al fallecido empresario que fue presidente de la agropecuaria El Tejar y de Aacrea. El hito que le mereció el reconocimiento ocurrió una noche de diciembre de 2010 cuando en una cena de recaudación organizada por Alvarado recaudaron dos millones de pesos, que la cooperativa pronto cambió por ladrillos y educación.

La cooperativa lleva el mismo nombre del barrio donde está radicada. Y su logro más reciente queda a la vuelta de la escuela sobre la pavimentada calle Da Vinci. Es una sucursal del Santander Río. Conseguir que un banco se animara a poner un pie en La Juanita y que los vecinos ya no tuvieran que recorrer 5 km para llegar a un cajero automático resultó una conquista inédita para el barrio.

Fuera del banco se formó la típica fila para usar el cajero y otra sumamente infrecuente para el fin de semana: la que armaron los clientes que esperan a ser atendidos por un empleado. Lorena López, que hace poco trabajaba en la cooperativa, es una de esas empleadas, y se reconoce como una consultora financiera las 24 horas. «No sólo es tenerlo cerca, también es la educación financiera que se le da a la gente. Ya se bancarizaron unas 5000 personas y muchos no tienen idea de cómo utilizar los servicios de un banco», dice.

Silvia Flores, hija de «Toty» y hoy al frente de la cooperativa, cuenta que al principio les propusieron abrir la sucursal sobre la ruta por una cuestión de seguridad. Ellos contestaron que no, que tenía que ser dentro del barrio. Y así fue. «En dos años, no hubo ningún hecho de inseguridad, y la única medida que se tomó fue cerrar los cajeros de noche», dice Silvia.

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Carlos Núñez, en la panadería de La Juanita. Foto: LA NACION / Ricardo Pristupluk

A dos cuadras de ahí, funciona la sede de La Juanita que alberga la panadería, los talleres, y los espacios donde se dan clases y cursos. Pero antes de llegar, Silvia repara en lo que a simple vista parece un detalle: un cartel con el nombre y la altura de la calle. «La señalización del barrio la hicimos nosotros con radiografías y la técnica del stencil –dice–. Nos costó en total 5000 pesos. Parece mínimo, pero es un tema de identidad: ahora podés pedir un remís, puede entrar una ambulancia, o no tenés que ir a buscar a un amigo a la ruta porque puede llegar solo.»

Dentro de la sede, tres muchachos conversan. Ariel Sánchez, de 30 años, trabaja en la sucursal del banco y se ocupa de resolver conflictos en el barrio. Carlos Núñez ronda los 40 años, integró el Regimiento de Granaderos, tiene a cargo la panadería y da el curso de liderazgo. Y Fernando Barrionuevo, de 24 años, lidera el equipo que trabaja testeando páginas para empresas de Internet, entre ellas, la red social Taringa! (un trabajo que no requiere la fuerza del cuerpo, algo también novedoso para el barrio).

Los tres tienen en común que se acercaron a la cooperativa por el curso de reparación de computadoras. Carlos, sin embargo, confiesa que antes de entrar era muy escéptico. «Era un militar con muchos prejuicios hacia la institución. Cuando los veía por televisión en los cortes de 2002, decía: ‹‹Estos vagos tiraron la pala››. Pero desde adentro me di cuenta de otra cosa: habían rechazado los planes y se habían puesto a trabajar.»

Silvia Flores y otros cooperativistas, en el Taller de Costura. Foto: LA NACION / Ricardo Pristupluk

Silvia Flores y otros cooperativistas, en el Taller de Costura. Foto: LA NACION / Ricardo Pristupluk

En el Taller de Costura, Margarita Jiménez habla del salvataje que implica la cooperativa para muchos chicos del barrio. Esos que en vez de parar en la esquina, se levantan un sábado a las nueve de la mañana para hacer un curso o dar una mano en lo que se necesite. «A esos chicos ya no los perdés. Los recuperás –dice–. Porque esos chicos van a conocer la cultura del trabajo.»

Esa cultura del trabajo se ve materializada ahí, arriba de la mesa, con los guardapolvos que hace una década diseñaron junto con Martín Churba y que después exportaron a Japón. O con los bolsos confeccionados con el reciclado de trajes de azafatas de LAN, el proyecto más reciente de la dupla La Juanita-Churba.

Cultura del trabajo que va de la mano con la educación. Porque para Silvia Flores la educación no sólo implica mandar a los chicos a la escuela; requiere compromiso de los padres. «Si bien no se cobra cuota en dinero, sí se les pide a los padres que asistan todos los miércoles a una reunión y que una vez por mes participen de una clase», dice. Si se le pregunta qué produce en definitiva La Juanita a «Toty», a Silvia o a cualquiera de los más de 50 socios activos de la cooperativa, cualquiera de ellos dirá lo mismo: que La Juanita produce de todo, pero fundamentalmente dignidad.