Exigencia desde la mirada de coaching, movilización positiva o tortura?

 

Autor: Lic. María Esther Antezana – Coach Ontológico Profesional

Autor: Lic. María Esther Antezana – Coach Ontológico Profesional   

Diciembre 2018

En una de las tantas sesiones de coaching que realizo, una coachee me propuso tratar el tema de la exigencia. Y sí, la presión organizacional y los estados de ánimos para afrontarlos hacen que cada persona lo interprete  de modos diferentes.

En una relación de exigencia, una de las partes,  pretende obtener excelencia sobre el otro o sobre sí mismo;  y esto es una afirmación que la mayoría se hace para llegar a un logro,  sin tener en cuenta qué puede afectar.

Podemos decir que se trataría de una calidad de relación, donde de un lado hay un exigidor y del otro lado un exigido y entre ellos se genera un vínculo; esta relación de exigencia  puede darse desde lo interpersonal, o sea yo con el otro pero a su vez desde un espacio intrapersonal,  que sería yo conmigo mismo y muchas veces quien lo realiza no se da cuenta que su exigencia afecta a sí mismo y al otro.

El exigente podrá mencionar que tiene un jefe exigente y no darse cuenta que él es una persona exigente y estos dos estados a la larga provocan malestares, porque no pasaron por el estadio  del “proponer”.  Los protagonistas de esta relación son tres, el exigidor, el  exigido y el tercer participante en este vínculo;  que resulta ser la meta que el exigente le demanda alcanzar al exigido.

Norberto Levy, ejemplifica muy bien  el caso, mencionando la relación entre un jinete y  su caballo. El jinete desea alcanzar la meta pero para  eso no debe olvidar de mirar su caballo, alimentarlo, asearlo, cotejar que esté sano, y principalmente si está en condiciones de correr y de llegar.

El  modelo mental de la consultante,  era que su nivel de exigencia era muy alto, que su jefe también era muy exigente y su trabajo al ser bajo mucha presión, le podría ocasionar cometer errores, cosa que no deseaba pero al no poder solucionar este círculo vicioso, se agrandaba su malestar y su desgano, no sabiendo hacia donde orientarlo y qué hacer al respecto.

La cuestión es que el exigente cree que para alcanzar un logro bastaría sólo con desearlo intensamente y  cuestionar al que lo realiza para que lo haga realmente; la creencia de este relato es el conocido dicho de “Querer es poder” y esto no sucede así en la realidad, es un mito esa leyenda,  porque querer y poder son cuestiones diferentes, pero en nuestra cultura nos han hecho creer que ambas funcionan a la par.

El “querer” está relacionado con contar con la energía para movilizar esa fuerza,  nos referimos a la intención, la dirección.  En cambio el “poder” se refiere a la disponibilidad de los recursos personales que cuenta el sujeto  para poder realizarlo.

Tenemos que tener presente que la cuestión de exigir se asemeja a “dar órdenes imperiosamente” y lo interesante es que en dicha exigencia pareciera que no hay oportunidad para el “no” como respuesta conversacional. Uno impone y se presume que el otro debe responder con el “si” inmediato y sin importar consecuencias.

¿Qué es lo que ocurre en nosotros con ese estado??? Sencillamente que sentimos que no nos brindaron la oportunidad de la pregunta!!

Si en cambio, utilizáramos el “proponer” como estilo de conducta en nuestras conversaciones, en lugar de “exigir”,  el exigente propondría y no exigiría…. Con lo cual no es lo mismo.  El proponer permite la consulta, el saber qué le pasa al otro, si puede y quiere y permite a la relación la posibilidad y el derecho de decir “no”.

La consulta terminó con el objetivo de conversar con su  jefe sobre cómo  bajar esa exigencia interpersonal que no  servía desde la mirada organizacional y  por supuesto, tampoco al grupo de trabajo, desde un aspecto productivo y relacional.

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