Sufrieron violencia de género y sus casos inspiraron una película

Nota de Clarín del día miércoles 12/11/2014 – Mariana Iglesias

De la vida  real al cine. Un trabajo profundo y testimonial.Son las extras de “Refugiado”, film de Diego Lerman en el que la actriz Julieta Díaz hace de mujer golpeada.

Trailer de "Refugiado", de Diego Lerman, con Julieta Díaz


Trailer de «Refugiado», de Diego Lerman, con Julieta Díaz

Pelotero, saltos, cantito de cumpleaños. La fiesta termina, los niños se van, menos Matías, que está con su capa de superhéroe esperando que lo busque su mamá, que no llega nunca. Después la verá tirada en el piso de su casa, entre vidrios rotos, embarazada y golpeada por su papá. Así empieza «Refugiado», la última película de Diego Lerman que se mete de lleno en la violencia de género. A ese papá violento no se lo verá nunca, sí todo lo que provoca en su mujer y su hijo. Mucho miedo. La necesidad de escapar. Laura (Julieta Díaz) y Matías corren, corren todo el tiempo.

Para hacer su película, Lerman habló con muchas mujeres víctimas de la violencia de sus parejas. «Las historias eran tremendas. Testimonios muy íntimos de relatos de violencia, sufrimiento, escape, persecuciones, fugas. Algunas escenas que me relataban eran verdaderamente de películas de terror -dice-. En lo personal, por un lado me conmovían esas historias, y por el otro, intentaba entender qué es lo que les llevó a esas mujeres a soportar durante tanto tiempo semejante maltrato y de dónde es que surge tanta crueldad y tanto daño por parte de los hombre agresores. La respuesta es compleja y la solución intuyo que también».

la foto 2violenciaEl calvario de Carola Botto -actriz, 33 años- empezó a los cuatro meses de haberse casado. Su historia sigue un patrón que se repite siempre y que comienza con el maltrato psicológico que debilita interiormente y aleja de familiares y amigos. Así la víctima queda en estado de vulnerabilidad total y aislada. «Le tenía miedo, no quería volver a casa. Hasta que un día pasó lo peor. Me agarró de los pelos, me arrastró, me pateó, me dejó encerrada con llave». El cuerpo de Carola reaccionó con una erupción que la llevó al hospital, donde él le apretaba el brazo para que no abriera la boca ante los médicos. Entonces Carola empezó a ir a una psicóloga, que le hizo ver que las cosas estaban mal, que ella no era la culpable de nada. Un día se decidió y le dijo que quería separarse. El la ahorcó, le dijo que la iba a matar. Ella logró encerrarse en una pieza. Esperó horas hasta que intuyó que él se había quedado dormido. Entonces escapó. Le contó todo a su familia. La acompañaron a denunciarlo. «Me enteré que tenía 15 denuncias por violencia». Carola hoy está bien, en pareja con un viejo amigo «que me ha curado el alma». Las heridas igual estarán allí por siempre. Carola habla para ayudar a otras mujeres. «No hay que naturalizar la violencia, que está en todas las clases sociales», dice ella, una chica de Recoleta.

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Ana María Remonte es del Bajo Flores. Tiene 52 años y trabaja en un Centro de Salud. Lleva 32 años junto a Pedro, con quien tuvieron cinco hijas. «Empezó hace mucho, prohibiéndome las salidas. Ni siquiera podía visitar a mi mamá o ir a hacer las compras. Me amenazaba todo el tiempo con pegarme. Después de tener a nuestra cuarta nena me separé porque me di cuenta que no estaba bien lo que él hacía», cuenta Ana María. En esos tres años ella también pudo darse cuenta de lo que le pasaba a su marido, hijo de un hombre que había ejercido violencia con su mujer y sus hijos. «No lo justifico para nada, pero él viene de ahí». Un día él le pidió ayuda, que quería cambiar, quería ver a sus hijas. «Por suerte él pudo, con mucha ayuda. Yo sé que los casos son contados, pero él cambio», dice ella. Tuvieron a la quinta niña, y todo va bien.

Ana María García Hoy socia y colaboradora de la Comisión de Violencia de Género de nuestra Asociación

Ana María García
Hoy socia y colaboradora de la Comisión de Violencia de Género de nuestra Asociación

No tiene el mismo final la historia de Ana María García, 55 años, trabajadora por horas, cuidadora de perros, vecina de Banfield. «Estuvimos casados 28 años. Cuando el nene tenía 4 empezó la violencia. Yo le decía que me iba a ir con mi hijo y entonces él me amenazaba con que lo iba a matar al nene. Me hostigaba permanentemente».Ana María era empleada bancaria, cobraba más que él, algo intolerable para este hombre que la obligó a renunciar y la dejó adentro de su casa sin un peso. Ya la había alejado de su familia y sus amigas. Ana María soñaba con irse, escapar, pero no quería dejar a su hijo con ese hombre. Un día le vomitó todo a una amiga, que le abrió los ojos y empezó a tratarse en un grupo de equidad de género. De a poco su autoestima se rearmó y volvió a trabajar. Hasta que un día del año pasado padre e hijo le pidieron la plata de su sueldo, ya que, dijeron, la iban a matar. Se escapó y los denunció en la comisaría de la mujer de Temperley. Actuó la Justicia. Padre e hijo tienen exclusión de hogar. Ana María hoy está sola y tranquila. Recuperó la vida social. Igual, las heridas están ahí, como grietas que no cicatrizan más. «Ojalá mi hijo pueda salir de la manipulación del padre. A mí me costó pero lo logré. Ojalá él pueda».

Matías, en la película, no entiende mucho, es demasiado pequeño a sus siete años. Pero algo entiende y por eso hunde ese celular.