¿Sueñan los robots con mujeres androides?

El empleo en el futuro

“La próxima ola de trastornos económicos no vendrá de ultramar, vendrá del ritmo implacable de la automatización que hace que muchos trabajos buenos y de clase media se vuelvan obsoletos”, dijo Barack Obama en su discurso de despedida de la Casa Blanca.

Es que en los últimos 20 años se ha observado una mayor polarización del mercado laboral estadounidense: crecimiento en empleos de alta calidad y alta cualificación y menor demanda de empleos tradicionales de clase media (construcción, manufactura o el empleo de la alta dirección).

Hace ya un tiempo que especialistas en empleo advierten la necesidad de pensar qué hacer ante el avance de la robotización. Hay estudios que muestran que las computadoras podrían reemplazar casi la mitad de los trabajos en los Estados Unidos en las próximas dos décadas (en China el número es aún más alto). En la Argentina se especula que en unos 15 años los avances tecnológicos podrían permitir reemplazar casi el 40 por ciento del empleo privado, y todo esto en un escenario en el cual se aprovecha a favor el viento de la modernización (hay proyecciones del Banco Mundial que hablan de más del 60 por ciento de reemplazo).

La inteligencia artificial permite la creación de robots y computadoras que no sólo son capaces de llevar adelante tareas rutinarias, mecánicas o que requieren fuerza, sino que también pueden aprender: robots conserjes de hotel que pueden hablar varios idiomas, cocinan e incluso colaboran en operaciones de alta complejidad; autos inteligentes que funcionan sin un chofer; máquinas que son capaces de predecir psicosis a partir de la lectura de un discurso con un 99 por ciento de efectividad. Amazon está desarrollando una app que en el futuro podría reemplazar al 100% de los cajeros de supermercados o tiendas.

Tal es el salto que está experimentando esta área que incluso Bill Gates, magnate de la industria de la computación, propuso crear un impuesto a los robots para compensar –al menos en parte- la pérdida de empleos que suponen. Así también Elon Musk, fundador de Tesla y SpaceX, propuso un ingreso universal para asegurar que todos estos trabajadores desplazados por las nuevas tecnologías puedan tener un sustento (algo que se viene planteando hace tiempo, por cierto).

Los avances tecnológicos, así como las crisis y todos los fenómenos económicos y sociales que vivimos, tampoco son neutrales en términos de género. En 2010, un artículo de Hanna Rosin para The Atlantic auguraba el ‘ocaso de los hombres’: las mujeres hoy están más educadas que los varones y esa tendencia está creciendo; en Estados Unidos ellas ya constituyen la mitad de la fuerza de trabajo; de a poco están ocupando lugares antes imposibles siquiera de imaginar para una mujer (líderes empresarias, en gobiernos, en ciencia y tecnología); y esta tendencia se fortalece cada vez más. Rosin hace una observación muy interesante (y optimista): “Durante años, el progreso de la mujer se proyectó como una lucha por la igualdad. Pero ¿y si la igualdad no es el punto final? ¿Y si, la sociedad posmoderna simplemente se adapta mejor a las mujeres?”. El argumento central de Rosin es que a la economía del futuro no le interesan las características que tradicionalmente portan los trabajadores varones: tamaño y fuerza, que pueden ser fácilmente reemplazado por una grúa mecánica, una pala o una máquina genérica. Los atributos más difíciles de reemplazar son la comunicación, la inteligencia social y la empatía, y ninguno de ellos es culturalmente asociado a los varones.

Los varones no quieren trabajos “de mujer”

En los Estados Unidos se suele hablar de blue collar workers (trabajadores de cuello azul) para hacer referencia a quienes hacen tareas manuales o mecánicas, como obreros y trabajadores de baja jerarquía (el azul viene en referencia al color de los mamelucos tradicionales para esas labores), en oposición a los white collar workers (trabajadores de cuello blanco, por sus camisas) que serían dirigentes o administrativos. A estas definiciones se le suma la de pink collar o trabajos de cuello rosa, que serían los más feminizados: maestra, secretaria, enfermera, empleada doméstica, entre otros. En el mundo futurista de empleos que desaparecen, robots que nos reemplazan y nuevas ocupaciones que emergen, al parecer, las mujeres -o mejor, los típicos trabajos hoy de cuello rosa- llevan ventaja: es más difícil reemplazar actividades en las que el componente emotivo y el trato directo es importante. Según estadísticas de empleo de los Estados Unidos, gran parte de las categorías laborales que tienen mayor proyección para el 2024 están dominadas por mujeres, ellas lideran, por ejemplo, en enfermería o asistencia médica. No son ocupaciones con un alto salario, pero estas trabajadoras tienen mejores perspectivas de sobrevivir que un conductor de taxi.

David Autor, un economista de M.I.T. citado en el New York Times, comenta que “los empleos que se crean son muy diferentes de los que se eliminan (…) No estoy preocupado por si habrá trabajos, estoy muy preocupado por si habrá trabajos para adultos con bajos niveles de educación, especialmente para los hombres, que parecen muy reacios a aceptar nuevos puestos de trabajo”. Y en la misma nota citan como ejemplo a un técnico de motores de ferrocarril que ha perdido su empleo a “manos” de robots y que no tiene ningún interés en reconvertirse hacia alguna de estas profesiones rosas que involucran cuidar personas. Es que los trabajos de cuello rosa tradicionalmente han sido peor pagos que los de cuello azul y, además, gozan de un peor estatus social. Sin embargo, y a diferencia de lo que sucede en la carrera típica de una mujer, ocurre un fenómeno llamativo que se denomina escalera de cristal: cuando los varones entran a ocupaciones feminizadas, en muchos casos acceden a mejores salarios y una mayor movilidad hacia estructuras jerárquicas.

¿Sueñan los robots con mujeres androides?

Parte de la literatura tecnológica plantea que estamos frente a un punto de inflexión en torno a nuestras posibilidades productivas no solo cuantitativamente sino cualitativamente. Hace apenas unos años se pensaba que lograr que un auto se conduzca solo iba a llevar décadas, sin embargo, ya están en la calle. Al desarrollo del hardware y software se le suma el desarrollo de las networks. La información digitalizada permite potenciar y amplifica el espectro de posibilidades. Desde el punto de vista económico, estamos viendo transformarse las rutinas de compra-venta, los ritmos del mercado y todas sus operaciones. Hoy podemos comprar-vender acciones, una mesa, la cuenta del gas o un auto con el teléfono, mientras caminamos por ahí tomando un helado. Nos parece obvio y natural. Sin embargo necesitamos procesar un montón de información, desarrollar comunicaciones, redes, generar nuevos tipos de servicios para llegar hasta ahí.

El desarrollo de las fuerzas productivas es un hecho vivo del capitalismo, es la sangre que corre por sus venas y no algo excepcional. Es así como la robotización no es otra cosa que la expresión del desarrollo del conocimiento humano puesto al servicio de la producción. El gran problema aquí es el de siempre ¿quién se apropia de los beneficios de la aplicación de la ciencia, de la tecnología, de la expansión de nuestro saber? En los albores del capitalismo, los obreros se peleaban con las máquinas que los irían a reemplazar en su fuerza física; hoy estas máquinas no solo pueden reproducir estas destrezas, sino que también se acercan a comprender e imitar la inteligencia humana. Y la urgencia, en todo caso, se debe a la velocidad de este proceso y a lo poco preparadas que están las economías para hacer frente a todo lo que viene con el ascenso tecnológico, no sólo por el desempleo sino también por factores demográficos como una población que vive más tiempo en sociedades que no pueden solventar esta masa de población “no productiva”.

Elon Musk planteó que para no perder la carrera contra el reloj tecnológico necesitamos “embellecer nuestros cerebros con inteligencia artificial para evitar ser dejados atrás por los robots”. Algo así como que los seres humanos deberían convertirse en cyborgs si no quieren terminar de mascota para máquinas más sofisticadas. ¡Cuantas más películas futuristas podríamos hacer con estas ideas! Pero además, estas proyecciones laborales parecen sugerir una fuerza igualadora de la tecnología entre varones y mujeres. ¿Cuál es el horizonte que nos plantean? ¿Maestras y enfermeras conviviendo en sus rutinas laborales con R2D2 y C3PO, que las asisten en un valle de varones desempleados y jubilados? ¿Y qué harían los miles de hombres sin trabajo de sus días? ¿tomarían las tareas del hogar o serían juguetes de los cylons? ¿las mujeres dominarían el mundo junto a las máquinas o sería un puñado de científicos exóticos y ricos quienes controlarían todo? [El hecho de que Zuckerberg (Facebook), Gates (Microsoft), Ellison (Oracle), Buffet (IBM) y Bezos (Amazon) estén entre las 8 personas más ricas del mundo nos deja lugar a cierta conspiranoia.]

La igualdad en la pobreza y la explotación, en trabajos desvalorizados y mal pagos, en el desempleo, en la marginalidad, no es un horizonte soñado. En todo caso, también tenemos la alternativa de deshacernos de una división del trabajo anacrónica y desigual (en más de un sentido) y poner esa tecnología de nuestro lado más que en contradicción con nosotros mismos. Esto implica, necesariamente, transformar la forma en que nos organizamos socialmente para producir nuestra existencia.

Mercedes D´Aalessandro
Economista

 

* Mercedes D’Alessandro es doctora en Economía y publicó el libro “Economía feminista. Cómo construir una sociedad igualitaria (sin perder el glamour)” en 2016 (Sudamericana).

 

 

 

Fuente: Economía Feminista